Corrupción, ¡un germen sin detención!

Eduardo Leiva Zumelzu

Licenciado en Ciencias Políticas / Administrador Público / Magíster en Política y Gobierno.

O al menos hasta que nos concienticemos que sus efectos son garrafales para el cuidado y madurez de la democracia estaremos en posición de asumir de manera individual y colectiva la importancia de ser agentes participativos y exigentes ante quienes laboran en las esferas del Estado.

Lo cierto es que el fenómeno de la corrupción no es exclusivo de la administración del Estado, sino también es un flagelo que mantiene en constante atención a la administración privada empresarial, peor aún es, cuando estas dos dimensiones –pública y privada-  se unen para generar la reproducción de este germen.

El Índice de Percepción de la Corrupción, -evaluación que realiza Transparencia Internacional con el fin de conocer la percepción de sus ciudadanos con relación a cómo este flagelo está presente en sus países-  muestra que nuestro país se encuentra con 67 puntos (donde 0 puntos representa al nivel más alto de corrupción percibida y 100 el más bajo). Hoy ocupamos el puesto 27, reflejo que hoy hemos ido en una pendiente guarda bajo en esta materia. Por otro lado, la Red Anticorrupción Latinoamericana, publicó el “Informe panorámico anticorrupción” donde, para el caso de Chile, se hace un recorrido respecto a los casos que más han impactado a la opinión pública y han generado un quiebre en la credibilidad institucional. Nos referimos a los casos; Corpesca, Basura y Fraude en las FF.AA. de orden y seguridad, específicamente en el Ejército y Carabineros. Es cierto que con el paso de los años, se han tomado medidas respecto a esto, generando reformas legales e institucionales en materias de anticorrupción, ejemplo de ello es la nueva regulación en torno al financiamiento de la política, la declaración de intereses y patrimonio, la creación de la ley del lobby y gestión de intereses. Lo cierto es que, aún quedan aspectos por resolver,  como por ejemplo mayor apertura y transparencia en el cómo se utilizan los recursos que llegan para la administración de las Fuerzas Armadas y de Orden y Seguridad.

Así como debemos preservar entre todos los valores que hacen que la democracia sea una forma de gobierno madura, es indispensable que quienes nos representen sean embajadores de estos. De ahí la importancia que estemos en permanente revisión y difusión de las ideas de autores que hace ya varios años nos plantearon algunas líneas para seguir. Entre ellos,  Max Weber, quien en su ilustre; “la política como vocación” señala dos ejes centrales característicos en quienes se abocan a la actividad política, los que –dice el autor-  “viven de la política”, o quienes “viven para la política”, en un sentido más amplio, no podemos permitir que quienes están en el Estado hagan uso malicioso de los recursos, influencias u otros métodos que afectan directamente al sentido republicano y al bolsillo de los contribuyentes, puesto que el imperativo ético y exigencia de probidad, debe ser transversal.

Siguiendo con la línea de grandes autores, tenemos a Adam Ferguson, quien en su obra; “Ensayo sobre la historia de la sociedad civil”, retrata exactamente lo que hoy vivimos, no solo a nivel local sino global; una “decadencia de las naciones” que se da parte importante por la corrupción. No debemos olvidar que quienes cometen estos actos son individuos, por ende, de acuerdo a lo planteado anteriormente, este autor hace referencia a que “cuando llega el momento en que lo público no proporciona nada que atraiga la atención, el interés particular y los placeres animales se vuelven los objetos principales de toda acción”.

Es nuestro deber reivindicar la sólida formación ética de quienes están y se proyectan estar en la esfera pública, hoy contamos con las herramientas necesarias para que a través de la participación libre, individual y voluntaria más el control social, seamos más rigurosos a la hora de elegir a nuestros representantes. No vaya a ser que por la mala elección seamos cómplices de un mayor malestar y rencor ciudadano que después se transforme la ingobernabilidad plena.

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